Las palabras importan
Entrar en una red social como Twitter implica muchas cosas. La primera: que aunque no te guste lo que leas, aunque te aburra lo que allí encuentres, te atrapará el scroll infinito. Nos desplazamos hacia abajo y después hacia arriba. Apretamos el corazón en aquel tuit con el que nos identificamos. Nos quedamos en las palabras que compartimos y desechamos las que no representan lo que pensamos. Hay algo de adictivo en esto. La segunda: que hay que asumir un la tensión, el enfado, la crispación, que brota de muchos de los mensajes que se lanzan. Tuiteamos como una vomitaríamos cuando algo nos ha sentado mal. Y tercero: que aquí se maltratan las palabras. El desconocimiento, la falta de rigurosidad y la búsqueda de titulares que atraigan el clic fácil con la Santísima Trinidad de ese periodismo pocho que se extiende por la red como un vertido tóxico se extiende en el mar. Ese periodismo que produce vergüenza ajena pero también un poco de rabia, la verdad.
Los titulares que encontramos en ese scroll infinito de Twitter y en nuestras búsquedas de Google utilizan a menudo palabras poco o nada adecuadas para referirse a la infancia y a la adolescencia. Lo vemos también a diario en el caso de las mujeres: cómo muchos titulares juzgan y negativizan el género. Y sin embargo nos cuesta mucho más (aún) identificar todos aquellos titulares que utilizan palabras peyorativas para referirse a niños, niñas y adolescentes.
Niños obesos, adolescentes suicidas, niñas anoréxicas. Acosadores. Menores. Menas. Las palabras que utilizamos en nuestros textos son importantes porque las palabras definen, cuentan, moldean, representan el mundo que nos rodea. Cuando utilizamos estos términos para referirnos a los niños, niñas y adolescentes, lo hacemos desde lo peyorativo del idioma. Para informar es necesario asumir que lo que digamos tendrá un peso en la persona que nos lea. Que nos escuche. Recuerdo perfectamente un programa de La rosa de los vientos en el que hablando de obesidad infantil, se referían a los niños y niñas como “niños obesos”. Además, en el mismo programa hablaban de los bocadillos de chorizo “de toda la vida” como quien habla con su cuñado en la barra del bar. Mantener este tipo de conceptos en nuestro imaginario es dañino y tiene más importancia de la que se cree.
En lugar de niños obesos, anoréxicos, suicidas o acosadores, ¿por qué no hablar de niños con obesidad? ¿O de niños con anorexia? ¿O de acoso escolar? ¿O de tentativas suicidas? Lo mismo ocurre en el caso de menores, una de las palabras más empleadas; sobre todo en el caso de las agencias de noticias. El término menor puede referirse a inferior o subordinado. Aunque siempre será mejor referirse a este grupo como niños, niñas y adolescentes pero si el objetivo es economizar palabras, ¿por qué no utilizar en tal caso menores de edad?
No trato de sembrar una pega ni ser la ofendidita de las palabras. Es cierto que la nueva moral censura a menudo palabras, hechos, actitudes, que rozan el absurdo. Pero creo que no todo vale. El correcto uso del lenguaje es tan importante como las palabras que le dan forma. Contar va más allá de un trámite, de un acto, por todo lo que implica. ¿Qué conocimientos tienen de los derechos de la infancia quiénes usan según que palabras?, ¿qué deberían evitar para trabajar este contenido de la manera adecuada? Es necesario dotar a quienes cuentan de herramientas para poder escribir contenidos relacionados con la infancia. Por respeto a los derechos de niños, niñas y adolescentes, pero también por ética profesional y rigurosidad.