Presentación de ‘Maternidades precarias’ (y un artefacto peligroso)
El 18 de mayo presentamos Maternidades precarias en el Espacio Fundación Telefónica en un encuentro precioso en el que no faltó el bullicio infantil, personas a las que admirar y una tribu que sostiene.
A las 17.30 de la tarde me encontré con Silvia Nanclares, amiga, comadre y autora de Quién quiere ser madre (Alfaguara), en la cafetería de La Central. Yo ya sudando mares, hablando de más, dejando claro que los nervios me dominan y que 40 años no son suficientes para domar su espíritu salvaje. Me gustaría vivir las cosas de otro modo, pero he llegado a la conclusión de que si quiero vivirlas debe ser así. Puede ser así. Allí charlamos de la dinámica de la presentación con un par de cafés y una galleta. Silvia, con una diminuta libreta en la que tenía anotado lo que había pensado plantear. Palabras sueltas, frases breves, porque en realidad todo lo llevaba en su cabeza. Me fascina cuando dice que tiene el cerebro frito porque no deja de sorprenderme su increíble memoria, su capacidad para recordar las anécdotas maravillosas que pueblan los libros y que yo tiendo a olvidar. De camino al Espacio Fundación Telefónica, por una Gran Vía atiborrada de personas y de coches, le contaba a Silvia lo impostora que me he siento tantas veces. «A Adrián le digo mucho que yo sólo soy una madre», decía. Y así resultó que empezó la presentación: ¿Quién eres? Una madre que escribe y que lee. Que tiene curiosidad.
Todo se me queda corto para agradecerle a Silvia el precioso prólogo del libro y hacer de madrina en la presentación, más aún sabiendo que un miércoles a las 19.00 de la tarde hay un vendaval de cenas, duchas y pijamas en todas las casas con criaturas. Y que una llega ya cansada después de resolver los innumerables frentes abiertos de nuestras maternidades precarias.
La conversación giró en torno a nuestras maternidades, nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestros malvivires, nuestras precariedades. Hubo algunas reflexiones después, preguntas de gente querida. «¿Por qué has escrito este libro?», me dijo para cerrar la delicada voz de una de mis personas favoritas de seis años. «Porque no encontraba lo que buscaba en otros libros y porque ojalá le sirva a Leo y Mara en algún momento de sus vidas, si lo quieren leer», respondí. Durante el tiempo extraño en el que sucedió la presentación, no faltó el bullicio infantil. Sus movimientos, sus diálogos, sus conflictos. Un bullicio al que por cierto fui totalmente ajena desde mi posición de «mujer temblorosa».
¿Por qué ya no hay niños en ningún sitio? ¿Por qué no les llevamos a muchos encuentros? ¿Por qué no les vemos fuera de determinados contextos? Me lo pregunto a menudo y las respuestas llegan solas. Hemos compartimentado tanto la vida por edades que ya no cabemos los unos en los otros. Todo son problemas, normas inflexibles, rechazos. Y el mejor ejemplo lo vivimos allí mismo. Me contaban Ibone Olza y Sylvie Riesco que al entrar en la Fundación se encontraron con una madre que discutía con el personal de seguridad. Iba con un niño pequeño y no la dejaban entrar por llevar una moto de plástico, una de esas cosas infantiles que deben ser considerados como un artefacto peligroso por lo visto. Se enfadaron muchísimo, reclamaron, se quejaron, y al final lograron que la madre y su hijo pudieran entrar pese a tener que pagar a cambio el peaje de abandonar allí mismo la moto mientras tanto. Esto tipo de incidentes no son una rareza. Un padre se quejaba hace poco en Twitter de no haberse podido agachar a la altura de su hijo frente a un cuadro del Museo Reina Sofía para explicarle algunas cosas «por no permitirlo las normas del museo». En ese mismo museo me contaba Ana Requena que a ella y su hijo no les dejaron pasar por portar un pequeño patinete. En aquella ocasión no les permitieron dejarlo aparcado ni junto a las taquillas y se tuvieron que ir sin poder acceder al museo. Todo esto dice mucho de nosotros como sociedad, la verdad. Supongo que el día de la presentación los juegos de los niños y de las niñas incomodaría enormemente a quienes trabajaban allí. ¿Esperamos de ellos y ellas que se comporten como adultos? Habrá quien diga que hay lugares que no son adecuados para niños. No sé, quizás seamos nosotras las personas no adecuadas para ellos.
Al terminar la presentación hubo momento para abrazos, para firmas con ayudantes y para reencuentros. Para más juegos. Fue maravilloso poner por fin piel a Ibone, referente en la lucha por los derechos de las madres y de sus bebés, pionera de la salud perinatal en España y autora de ese libro hermano que es Palabra de madre. Allí, en un mismo espacio, tanta gente querida. Esa tribu que sostiene y sin la que nuestra vida sería mucho más caótica, difícil y triste.
A todas vosotras, a todos vosotros, gracias por sobrevolar el cansancio y las obligaciones de un miércoles para acompañarme. Gracias a quienes quisisteis venir pero no pudisteis. Gracias a quienes lo seguisteis en directo, a quienes lo visteis después y a quienes habéis llegado hasta aquí.
Por cierto, sobre el encuentro hizo una preciosa crónica Victoria Gabaldón, creadora de Mamagazine, la revista con la que tantos años hemos estado soñando. La podéis leer aquí. Victoria (y su revista) ha sido otro gran descubrimiento. «Quiero ser tu amiga», me dijo Victoria la mañana en que nos conocimos. Pues yo también quiero serlo, la verdad.