
Todo el mundo tiene un podcast, pero yo tengo una newsletter
Antes de que los móviles nos contaminaran con el veneno de la inmediatez, y de que los teclados nos arrebataran el placer de la escritura manuscrita, la carta era el puente que nos unía a otras personas y a otros lugares. Daba igual la distancia, el destino, el motivo, siempre había una carta levantando una conversación con el otro. Cartas largas, cortas, instensas, simples, indescifrables. Cartas cargadas de buenas noticias o con el peso plomizo de las malas. Cartas de amor y desamor. Cartas de angustiosa burocracia o de resoluciones favorables. Cartas que han viajado a través del tiempo y la distancia. El correo electrónico nunca contendrá los tachones de la equivocación, los nervios de la espera, la ilusión que solo se encuentra en ese rasgar el sobre pegado a conciencia. La carta es la patria de los que aman y de los desesperados.
Yo, que he sido militante de la escritura por carta durante décadas, también me he visto arrastrada por el fin de una época. Me resisto al ordenador, el móvil, la tablet, usando una agenda de papel. Anoto la lista de la compra en un papel. Escribo pequeños textos en una libreta que siempre olvido como acto de rebelión. ¿Veremos también el fin de estas migajas que nos siguen haciendo humanos? Hace unos sábados visitamos la casa de Carmen Martín Gaite y hubo algo que me sorprendió: la escritora solo usaba cuadernos para crear sus libros. Después, una persona los convertía en letras de imprenta, pero ella no usó nunca máquinas de escribir u ordenadores. ¿Habría sucumbido si hoy estuviera presente? ¿Veríamos a la Gaite frente a un Mac en una de esas cafeterías donde ya es imposible tomar un triste café por menos de tres euros?
Hace un año que decidí empezar una correspondencia con quien quisiera establecerla. Han pasado doce meses de vida atropellada y urgencias inaplazables. De subidas y bajadas. De pensar muchas veces en dejarlo todo. Echar el cierre. Cambiar de profesión. Montar una librería. Convertirme en especuladora del aire. Huir. Pero aquí estoy. Sigo hacia adelante, aunque a veces, como en la canción de Leiva y Robe, esté cansada de avanzar hacia atrás.
Sin podcast, pero con una carta que me he prometido enviar un viernes al mes, habrá que seguir. Así que allá va lo que te quería decir: suscríbete a la newsletter.